Por: CARLOS ANDRES COTES M.
En la historia de la humanidad, las guerras han sido testigo de constantes transformaciones. Desde los combates cuerpo a cuerpo hasta los enfrentamientos masivos con armas de fuego, cada época ha traído consigo nuevos métodos de lucha. En pleno siglo XXI, los campos de batalla ya no son sólo trincheras o selvas espesas, sino también el cielo, el ciberespacio y el aire que sobrevuela las ciudades. En este contexto, los drones se han convertido en protagonistas silenciosos pero decisivos, transformando radicalmente las estrategias bélicas a nivel global.
El desarrollo de los drones comenzó como un avance tecnológico destinado a reducir las bajas humanas en combate. Inicialmente pensados para labores de vigilancia, reconocimiento y logística, los drones representaban una forma de observar al enemigo sin exponerse. Sin embargo, con el paso del tiempo y la accesibilidad a esta tecnología, lo que antes era exclusivo de las grandes potencias militares se ha transformado en una herramienta al alcance de cualquiera, incluyendo actores como los Grupos Armados Organizados (GAO).
A finales del siglo XX, el uso de drones militares fue un punto de inflexión en la forma de hacer la guerra. En conflictos como Irak y Afganistán, los Estados Unidos utilizaron drones para realizar operaciones quirúrgicas que evitaban enfrentamientos directos. En el siglo XXI, esta evolución se profundizó con el conflicto entre Rusia y Ucrania, donde los drones comerciales adaptados para lanzar explosivos tomaron un rol protagónico. Este fenómeno ha demostrado cómo la innovación tecnológica puede ser rápidamente absorbida por actores en conflicto para maximizar daño y minimizar exposición.
Esta tendencia ha encontrado eco en los grupos armados ilegales, que han comenzado a adaptar drones comerciales —originalmente pensados para entretenimiento o actividades agrícolas— en verdaderas armas de guerra. Los GAO los utilizan para lanzar explosivos sobre instalaciones militares, estaciones de policía e incluso para intimidar y agredir a la población civil. Estos ataques no solo representan una amenaza directa a la vida humana, sino también a la infraestructura crítica del Estado, alterando la seguridad nacional y desafiando la capacidad de respuesta de las fuerzas armadas.
La facilidad con la que estos drones pueden ser modificados y su bajo costo han facilitado su adopción por parte de organizaciones criminales. Su pequeño tamaño, velocidad y maniobrabilidad dificultan su detección y neutralización. Ante este panorama, las Fuerzas Militares de muchos países deben adelantarse a una manera de actuar con urgencia. La respuesta no puede limitarse a improvisaciones tácticas, sino que requiere una transformación estructural: comprender a fondo el funcionamiento y el potencial destructivo de los drones, entrenar a las tropas en su uso y detección, desarrollar contramedidas tecnológicas específicas y, lo más importante, formular una doctrina nacional de defensa antidrones.
El desconocimiento generalizado de la población sobre el uso bélico de los drones también agrava el problema. Aún se ven como simples aparatos recreativos o herramientas audiovisuales, sin tener en cuenta que pueden estar cargados con explosivos listos para ser activados sobre un blanco militar o civil. La malicia con la que estos grupos emplean drones exige una respuesta seria e inmediata.
A nivel global, la defensa antidrones se encuentra aún en desarrollo. Existen armas electrónicas diseñadas para interferir las señales de control de los drones, inhibidores de frecuencia, proyectiles especializados, redes y hasta aves entrenadas para interceptarlos. Sin embargo, estas tecnologías son costosas, escasas y poco desarrolladas en contextos como el colombiano. De ahí la urgencia de invertir en investigación y desarrollo, promover la transferencia de tecnología y crear capacidades propias para enfrentar esta nueva dimensión del conflicto.
Hoy, el país enfrenta una amenaza silenciosa, aérea y tecnológica que exige adelantar nuevas estrategias de seguridad nacional. Los drones no son el futuro de la guerra: son su presente. Su uso por parte de los grupos armados ilegales es una clara advertencia de cómo la tecnología puede ser utilizada para fines destructivos si no se establecen políticas de contención, defensa y adaptación. Se necesita actuar ya, antes de que los cielos se llenen de sombras difíciles de detectar, pero imposibles de ignorar.
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