Por: CARLOS ANDRÉS COTES M.
Desde el 7 de octubre de 2023, cuando Hamas perpetró una de las masacres más sangrientas en territorio israelí, el panorama del Medio Oriente cambió radicalmente. Israel, en una decisión sin precedentes, optó por no concederle al terrorismo ni un solo minuto de respiro. Desde entonces, la nación judía ha librado una guerra de gran escala, costosa y prolongada, que hoy se libra en siete frentes distintos y simultáneos. Esta guerra no solo se mide en misiles, drones o soldados, sino en recursos económicos gigantescos, desgaste humano y presión geopolítica sin tregua.
El primer y más visible frente es Gaza. Aquí, Israel enfrenta a Hamas en un conflicto que ha dejado miles de víctimas y ha reducido buena parte del enclave palestino a escombros. La estrategia israelí ha sido clara: desmantelar la capacidad militar de Hamas, eliminar sus líderes y destruir su red subterránea. Sin embargo, el precio ha sido altísimo: constantes bombardeos, ataques sorpresa, túneles bajo la frontera, rehenes y una cobertura internacional que oscila entre la condena y la comprensión.
El segundo frente arde en el norte: el Líbano. Allí, Hezbolá lanza misiles casi a diario desde el sur del país. Israel responde con fuego de artillería y ataques aéreos. La frontera está en estado de guerra abierta. A diferencia de Hamas, Hezbolá es una milicia bien entrenada, mejor armada y respaldada por Irán, lo que convierte este frente en una amenaza existencial. La posibilidad de una guerra total con Hezbolá significaría una escalada regional de consecuencias devastadoras.
El tercer frente está a más de 1.500 kilómetros de distancia: Yemen. Desde allí, los hutíes –también patrocinados por Irán– disparan misiles balísticos y drones suicidas contra territorio israelí. Aunque la distancia reduce la frecuencia y efectividad de los ataques, Israel ha tenido que movilizar interceptores de largo alcance y coordinar con aliados occidentales para neutralizar estas amenazas. El conflicto en Yemen expande la guerra a la península arábiga y fuerza a Israel a destinar recursos a un escenario remoto.
El cuarto frente está en Irak, donde milicias chiitas han atacado bases vinculadas a los intereses de Occidente y han prometido vengarse de los bombardeos israelíes en Gaza. Aunque no hay tropas israelíes sobre el terreno, los servicios de inteligencia israelíes y sus aliados han estado activos contra células operativas, saboteadores y lanzadores de misiles. Cada operación encubierta representa una inversión económica y un riesgo diplomático.
El quinto frente se encuentra en Siria, un país desmembrado por la guerra civil, pero donde milicias iraníes y libanesas operan libremente. Israel ha realizado decenas de ataques preventivos contra cargamentos de armas y bases de la Guardia Revolucionaria Iraní. La vigilancia aérea constante y la presión táctica demandan una maquinaria bélica de alta tecnología y gran costo operativo.
El sexto frente no es nuevo: Judea y Samaria, también conocida como Cisjordania. Allí, grupos armados palestinos realizan atentados, emboscadas y ataques individuales. Israel ha incrementado su presencia militar, multiplicado los operativos nocturnos y reforzado los asentamientos. Esta guerra de baja intensidad requiere enormes recursos humanos y logísticos que erosionan el tejido social y aumentan las tensiones internas.
El séptimo frente, y quizá el más peligroso, es Irán. Si bien no existe una guerra directa, la confrontación es constante y multifacética. Israel combate la amenaza nuclear iraní, sabotea instalaciones militares, combate cibernéticamente y desarticula redes de espionaje. Este frente implica no solo armamento, sino también diplomacia de alto nivel, operaciones de inteligencia y cooperación internacional.
Siete frentes simultáneos. Siete guerras en una sola. El costo económico es colosal. Pero para Israel, es el precio inevitable de sobrevivir en una región donde su existencia sigue siendo cuestionada.