El año 2019 marcó un punto de inflexión. Las principales ciudades fueron blanco de acciones violentas perpetradas por milicias urbanas pertenecientes a Grupos Armados Organizados (GAO), que demostraron una capacidad operativa sorprendente. Las instituciones de inteligencia del país, concentradas tradicionalmente en la lucha contrainsurgente rural, no previeron el salto táctico de la guerra hacia los entornos urbanos. Nuestros ejércitos se especializaron en selvas, montañas y zonas apartadas, descuidando el teatro urbano que sería explotado posteriormente por organizaciones con entrenamiento especializado y conexiones internacionales.
Pese a contar desde hace años con Fuerzas Especiales Urbanas y unidades como el Gaula, fue evidente que no se esperaba un conflicto de estas dimensiones dentro de las ciudades. A lo largo de mi trayectoria y experiencia en temas relacionado con la seguridad pública y ciudadana, pregunté a diferentes expertos, por qué no se anticiparon a esta evolución. La respuesta casi unánime fue que el terrorismo urbano era visto como esporádico, no como parte de una estrategia integral de guerra.
Hoy, luego de décadas de aprendizaje a sangre y fuego, la Policía y el Ejército han desarrollado capacidades importantes para enfrentar este tipo de amenazas. Sus unidades han sido reconocidas internacionalmente por su eficacia en ambientes urbanos. Sin embargo, el desafío persiste. Los GAO y los Grupos Delincuenciales Organizados (GDO) siguen entrenándose en tácticas sofisticadas, muchas de ellas con asesorías extranjeras. Por eso, la inteligencia colombiana debe mantenerse en constante evolución, anticipando amenazas, reformulando estrategias y nunca subestimando la capacidad del enemigo. Prepararse no es opcional, es una necesidad estratégica para preservar la seguridad y la democracia en nuestras ciudades.
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