Por: CARLOS ANDRÉS COTES M.
La crisis en Sudán, uno de los países más pobres del mundo, se ha convertido en escenario de una guerra fratricida que ya deja más de veinte mil muertes. Dos actores dominan el conflicto: las Fuerzas Armadas Sudanesas y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), antiguos aliados que ahora son enemigos acérrimos. Este enfrentamiento no solo desangra a la nación africana, sino que también ha arrastrado a cientos de exmilitares que, con engaños y falsas promesas, terminaron formando parte de un engranaje que bordea la ilegalidad y la trata de personas.
El proceso comienza con convocatorias realizadas por intermediarios y expertos en reclutamiento, quienes seleccionan a los mejor entrenados entre exintegrantes de ejércitos. A estos hombres se les ofrece un salario atractivo que oscila entre 2.000 y 3.000 dólares mensuales. Bajo la fachada de empleos en empresas de seguridad internacional, se les convence de que trabajarán prestando servicios privados, pero al llegar al terreno descubren que han sido trasladados a zonas de conflicto, en donde se convierten en parte de batallones irregulares.
La ruta utilizada para llevarlos al continente africano suele incluir un paso por Etiopía, evitando los Emiratos Árabes para despistar controles. Ya instalados en Sudán, los exmilitares pasan a reforzar las filas de las Fuerzas de Apoyo Rápido, grupo paramilitar acusado de crímenes de guerra y violaciones sistemáticas a los derechos humanos. Se estima que más de 300 exsoldados colombianos llevan un año atrapados en este escenario, sin posibilidad real de retorno y convertidos en instrumentos de una estrategia geopolítica y geoeconómica que busca fortalecer a uno de los bandos en pugna.
Las empresas intermediarias, lejos de cumplir las promesas hechas, obtienen millonarias ganancias. Por cada hombre ofrecen servicios ilegales de seguridad por sumas que superan los 1.500 dólares mensuales, pero en muchos casos ni siquiera cumplen con los pagos a los mercenarios reclutados. Lo que inició como un contrato laboral se transforma entonces en una trampa: sin salarios, sin garantías y en medio de una guerra ajena, los exmilitares terminan reducidos a carne de cañón en un conflicto que no les pertenece.
Así, la llamada “guerra olvidada” de Sudán ha arrastrado a soldados colombianos al terreno más oscuro del mercenarismo moderno. El reclutamiento encubierto, disfrazado de oferta laboral, devino en un negocio que alimenta la violencia, multiplica víctimas y proyecta la sombra de la trata de personas en pleno siglo XXI. Mientras tanto, los responsables de estas redes permanecen ocultos, y los mercenarios, lejos de casa, cargan con el peso de haber sido engañados para participar en una de las tragedias más silenciadas del planeta.
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