Por: CARLOS ANDRÉS COTES M.
Muchas son las bandas organizadas que han convertido en corredores ilegales las rutas que comunican un país con otro, permeando de inseguridad trochas, caminos y vías donde la legalidad y la ilegalidad confluyen en una peligrosa zona gris. En estos largos trayectos que controla el crimen transnacional, la inseguridad se vuelve paisaje habitual, estableciendo delitos múltiples como la minería ilegal, la trata de personas, la extorsión, el secuestro y el tráfico de armas. Estas rutas, más que simples caminos, son arterias criminales que alimentan economías ilícitas y sostienen organizaciones que desafían a los Estados.
La mayoría de los límites fronterizos son territorios selváticos o de difícil acceso, convertidos en refugios naturales de grupos armados y bandas criminales. En estas zonas, históricamente abandonadas por los gobiernos, la ley estatal nunca ha existido; en cambio, la autoridad la imponen quienes manejan los corredores de sustancias psicoactivas, que van de un país a otro como mercancía de alto valor. Las ventas de drogas, armas y seres humanos son la base económica de estas organizaciones, que además reinvierten sus ganancias en la compra de armamento.
Cuando delincuentes extranjeros logran establecer en un país ajeno su propia autoridad criminal, imponiendo reglas, cobrando extorsiones y controlando territorios, se evidencia una pérdida del control estatal. La soberanía de un Estado queda entonces gravemente amenazada. En ese punto, cobra relevancia la "Convención de Palermo", instrumento internacional diseñado para combatir la delincuencia organizada transnacional. Sin embargo, su aplicación real parece estar fallando: la cooperación entre naciones es limitada y, en muchos casos, los acuerdos de apoyo mutuo son solo documentos sin resultados efectivos.
La solución no radica únicamente en discursos diplomáticos. Es urgente la presencia activa en las zonas fronterizas, con operaciones conjuntas entre países, inteligencia compartida y control efectivo de la migración irregular para evitar que delincuentes extranjeros actúen impunemente en territorio ajeno.
Hoy, en Colombia, surge una pregunta inquietante: ¿en sus cinco fronteras –con Venezuela, Brasil, Perú, Ecuador y Panamá– existen corredores donde las bandas transnacionales se mueven como “Pedro por su casa”, debilitando nuestra soberanía? La respuesta parece obvia, pero reconocerlo es apenas el primer paso para recuperar el control estatal y defender la integridad nacional.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario