Por: CARLOS ANDRÉS COTES M.
Otros territorios son valiosos por sus recursos naturales. Las zonas con potencial para minería ilegal generan grandes ingresos con oro y coltán, mientras que los terrenos atravesados por oleoductos son aprovechados para el hurto de hidrocarburos, insumo clave para la producción de pasta base de coca. Incluso, lugares aislados son disputados por su utilidad como campamentos, escondites de secuestrados o sitios de entrenamiento.
Entre más injerencia delictiva tenga un GAO, más poder de expansión obtiene. Un mayor dominio territorial les permite recaudar más dinero, financiar la compra de armamento y aumentar el reclutamiento, consolidando un círculo de crecimiento criminal. Por eso, desde los inicios del conflicto armado, estas luchas de poder han sido permanentes. Cada grupo impone sus reglas en las zonas que domina y defiende con violencia sus límites, generando choques constantes con sus rivales.
La población civil es la mayor víctima de estas disputas. Los enfrentamientos generan desplazamientos masivos, homicidios selectivos de líderes sociales y un ambiente de terror. Para demostrar dominio, los GAO utilizan métodos simbólicos y de control social: instalan banderas con sus insignias, marcan casas y paredes con grafitis, imponen retenes móviles y patrullan de manera visible. Estas acciones no solo intimidan a la comunidad, sino que envían un mensaje directo a sus enemigos: "ese territorio ya tiene dueño".
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