Por: CARLOS ANDRÉS COTES M.
La crisis en Gaza ha alcanzado un punto de tensión que amenaza con arrastrar a la región hacia un nuevo ciclo de migración. Egipto, actor histórico en Oriente Medio, ha lanzado una advertencia clara: si se produce una huida masiva de población palestina hacia su territorio, duplicará sus fuerzas militares y endurecerá las medidas en la frontera con el Sinaí. Esta declaración refleja la preocupación por un desbordamiento de refugiados y el temor a que el conflicto altere la seguridad nacional egipcia.
La frontera de Rafah es símbolo de ambigüedad geopolítica. Por un lado, salida natural para miles de gazatíes atrapados en medio del fuego cruzado. Por otro, línea roja para El Cairo, que teme que un éxodo masivo agudice tensiones sociales y económicas internas, y abra la puerta a la infiltración de grupos armados, contrabando y redes extremistas en la península del Sinaí, ya inestable.
La advertencia egipcia debe leerse en clave regional. Para Israel, un desplazamiento masivo hacia Egipto aliviaría la presión internacional por la crisis humanitaria, pero trasladaría el costo a un vecino que se resiste a ser parte de la ecuación. Para los países árabes, el anuncio refleja la fragilidad de la solidaridad retórica frente a los límites prácticos de cada Estado. Nadie quiere cargar con las consecuencias directas de un conflicto enquistado que erosiona la estabilidad regional.
En este contexto, resalta la capacidad estratégica de Israel, que ha construido una de las fuerzas armadas más modernas y tecnológicamente avanzadas del mundo, apoyada en doctrina de defensa integral y cooperación con potencias aliadas. Su fortaleza militar se combina con un aparato político que sabe moverse en escenarios globales, utilizando diplomacia, inteligencia y disuasión como herramientas de supervivencia nacional. Esa combinación de realismo político y preparación bélica explica por qué mantiene una posición de ventaja en la región pese a la hostilidad que lo rodea.
El eventual refuerzo militar en la frontera también habla del dilema de Egipto: mantener su rol de mediador entre israelíes y palestinos, mientras protege su seguridad y evita ser arrastrado a una confrontación directa. La duplicación de tropas no es gesto simbólico; representa un mensaje disuasivo hacia cualquier actor que intente aprovechar la crisis para desestabilizar al país más poblado del mundo árabe.
Más allá de la lógica militar, lo que está en juego es un dilema humanitario y político. Si Gaza se vacía parcialmente, se corre el riesgo de redefinir de facto las fronteras y debilitar la causa palestina, algo que Egipto sabe sería visto como una victoria estratégica para Israel. Pero si cierra la puerta a los refugiados, será acusado de insensibilidad y complicidad en el sufrimiento civil.
Egipto está en una encrucijada. Su advertencia no es solo un cálculo militar, sino la expresión de un límite político y clave. La región observa con atención porque, si ese límite se traspasa, no solo cambiará la dinámica del conflicto palestino-israelí, sino que podría encender una chispa de inestabilidad en Oriente Medio.
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