martes, 23 de septiembre de 2025

El destino incierto que tendrán las armas venezolanas

                                                  Por: CARLOS ANDRÉS COTES M.

En el último mes, los acercamientos de las fuerzas armadas de Estados Unidos en el mar Caribe, con el propósito de contrarrestar las rutas del narcotráfico que durante décadas han penetrado su territorio desde Venezuela por vía marítima y aérea, han despertado la reacción de Caracas. El gobierno de 
del pais vecino, en su discurso defensivo y de aparente “poderío” militar, ha optado por entregar miles de armas a la población civil como medida de resistencia ante una supuesta amenaza externa. Sin embargo, gran parte de quienes hoy reciben fusiles y pistolas son jóvenes y adultos inexpertos que desconocen el manejo básico de un arma, sin decálogo de responsabilidad ni noción de las normas elementales de seguridad.

Este fenómeno plantea un problema que trasciende la narrativa política. El hecho de que un régimen señalado de tiranía y con vínculos con el terrorismo internacional, entregue armamento indiscriminado a simpatizantes chavistas, milicianos y empleados públicos, no solo refleja improvisación, sino un riesgo de proporciones regionales. Venezuela, hundida en la pobreza y marcada por una crisis migratoria sin precedentes en Latinoamérica, ha visto cómo la población mendiga alimentos y trabajo semanalmente al Estado, mientras el aparato oficial se aferra a un proyecto comunista que ha sumido a millones en la miseria.

Son más de cuatrocientos mil armas las que se estima han sido entregadas en plazas públicas y centros comunales. La pregunta central es: ¿a dónde terminarán esas armas en los próximos años? Todo indica que muchas cruzarán hacia Colombia, alimentando el mercado negro y cayendo en manos de grupos al margen de la ley, fortaleciendo su pie de fuerza y ampliando su espectro territorial. El riesgo no es hipotético: nuestra historia reciente demuestra que cualquier flujo irregular de armas desencadena violencia, fortalece economías ilegales y dificulta la acción institucional.

Aún Venezuela no dimensiona que el poderío militar de Estados Unidos no depende hoy de invasiones terrestres como en la Segunda Guerra Mundial. La guerra del siglo XXI se libra con tecnología: drones, inteligencia artificial y misiles de precisión capaces de impactar objetivos a miles de kilómetros con un margen de error mínimo, inferior al 0,005%. Frente a ese escenario, el alistamiento improvisado de civiles armados parece más un acto de propaganda que una verdadera estrategia defensiva.

Colombia, por su parte, debe prepararse. El ingreso de armas venezolanas a nuestro territorio no será producto de una acción militar, sino de la necesidad. Familias desesperadas encontrarán en la venta de pistolas y fusiles un mecanismo para suplir necesidades básicas. Ese flujo, inevitable si no se toman medidas conjuntas, incrementará la violencia y pondrá en riesgo la seguridad nacional. Lo que hoy se presenta como defensa ante una supuesta amenaza extranjera, mañana puede convertirse en una de las más graves fuentes de inestabilidad para nuestro país.

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