POR: CARLOS ANDRES COTES MAYA
Israel, un país permanentemente amenazado, ha hecho de la prevención su primera línea de defensa. Cada joven es visto como un líder potencial y cada voluntario como un héroe civil. En sus municipios, la prevención se diseña con base en la ecología social: familia, escuela y comunidad funcionan como un triángulo inseparable. Aprendí que el tiempo libre es un escenario estratégico; si no se ocupa los jóvenes de manera positiva, se convierte en un espacio para la delincuencia. La educación no formal, los movimientos juveniles, las brigadas de padres y el voluntariado son pilares de la política preventiva.
Conocí ciudades donde los alcaldes son los responsables legales de la seguridad, donde el centro de monitoreo no pertenece a la policía sino al municipio, y donde la reacción se considera un fracaso de la prevención. Allí, el concepto de “seguridad personal y comunitaria” se traduce en corresponsabilidad: bomberos, ejército, policía, maestros, padres y empresarios son parte del mismo engranaje.
Lo más valioso fue comprender que una comunidad segura es una comunidad organizada. Que el liderazgo local no se impone, se construye. Que el policía comunitario no solo previene el delito, también reconstruye confianza. Y que la tecnología sin valores no garantiza seguridad. Israel me enseñó que el desafío de América Latina no está en copiar modelos, sino en adaptar experiencias para transformar realidades.
Israel lleva más de veinticinco años desarrollando modelos de prevención en seguridad ciudadana. Estas políticas públicas han demostrado su eficacia: las tasas de homicidios y hurtos son prácticamente nulas, y los principales desafíos actuales se centran en fenómenos sociales como el bullying escolar. Es la evidencia de que invertir en prevención, educación y comunidad no solo reduce la violencia, sino que construye una sociedad más solidaria, consciente y preparada para vivir en paz.
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