Por: CARLOS ANDRÉS COTES M.
En muchas ciudades intermedias, los homicidios siguen siendo una constante alarmante a pesar de contar con Planes Integrales de Seguridad y Convivencia Ciudadana formulados conforme a las realidades locales. Las políticas públicas existen, los pocos recursos económicos para recompensas, tecnología y equipamiento están asignados, y las rutas de atención a la violencia están diseñadas. Sin embargo, las cifras de homicidios no ceden.
Este fenómeno refleja una verdad incómoda: no basta con tener un plan, si las condiciones estructurales y operativas siguen siendo adversas. Un primer obstáculo es el pie de fuerza insuficiente. La ONU recomienda al menos 300 policías por cada 100.000 habitantes, pero muchas de estas ciudades no alcanzan siquiera el 70% de ese estándar. Esto limita la capacidad de respuesta frente al delito, reduce la presencia disuasiva en las calles y sobrecarga a los pocos agentes disponibles.
Por otra parte, la mayoría de las víctimas de homicidios tienen antecedentes judiciales. Esto sugiere que gran parte de los crímenes obedecen a presuntos ajustes de cuentas relacionados con el microtráfico y conflictos entre bandas criminales. Es decir, se trata de una violencia cíclica y focalizada en contextos delictivos que no se desarticula con presencia policial sola.
Frente a esto, se requiere una estrategia integral que combine inteligencia, intervención social focalizada y presión judicial. Primero, fortalecer el trabajo de inteligencia criminal para identificar redes y líderes del microtráfico y del hurto. No basta capturar eslabones débiles: se requiere una ofensiva coordinada contra estructuras completas, con apoyo interinstitucional entre Fiscalía, Policía y autoridades locales.
Segundo, priorizar una intervención social orientada a los jóvenes en riesgo. Los barrios con mayores tasas de homicidio suelen ser también aquellos donde hay más deserción escolar, y escasa oferta de oportunidades. Crear núcleos de acción rápida con equipos de psicólogos, orientadores, voluntariados vecinales y gestores culturales que intervengan directamente en estos territorios, puede rescatar a muchos jóvenes del círculo de la criminalidad.
Tercero, instaurar un modelo de justicia restaurativa y comunitaria para casos menores, que permita descongestionar el sistema penal y enfocar los esfuerzos judiciales en delitos de mayor impacto como el homicidio.
Finalmente, la percepción de inseguridad no se combate solo con policías en la calle, sino con presencia institucional permanente, iluminación pública, espacios deportivos y centros culturales abiertos. La seguridad no es solo represión: es inclusión, confianza y corresponsabilidad. Solo así las cifras dejarán de ser titulares repetidos cada año.
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