Por: CARLOS ANDRÉS COTES M.
Siendo yo un joven, solía pasar en bicicleta por varios barrios de Valledupar que con el tiempo se volvió inolvidable. Con frecuencia, al rodar por sus calles, veía a Juancho Rois sentado en la puerta de su casa, acompañado por amigos, sonriendo con esa tranquilidad que transmitía sin esfuerzo. Vivía en la casa de Purito Canova, al lado de la casa de mi amigo “Guerrita”, diagonal al lote donde queda el colegio Ateneo. Solo supe que aquel hombre era Juancho Rois por comentarios de amigos del barrio, quienes hablaban de él como una leyenda viva, ya famoso por sus éxitos en el acordeón junto a Jorge Oñate y Diomedes Díaz, entre otros.
Fue a mediados de 1991 cuando tuve un encuentro que, aunque fugaz, quedó grabado para siempre en mi memoria. Justo diagonal a su casa había un carro de perros calientes, muy populares, atendido por "Poncho Pitre", que vendía perros calientes y hamburguesas. Una noche llegué en bicicleta para comerme un perro, cuando, casualmente, también llegó Juancho, también en bicicleta, a reclamar un pedido que había mandando a prepararle a "Poncho Pitre".
En ese instante, como si la vida quisiera agregarle más brillo a ese momento, apareció Gonzalo "El Cocha" Molina. Saludó con entusiasmo a todos los que estábamos allí y abrazó efusivamente a Juancho. Mientras esperaban el pedido, conversaban sobre presentaciones musicales. De pronto, Poncho Pitre, con su humor ingenuo comenzó a señalar de manera jocosa al Cocha, diciendo que Juancho era su “fuete” en el acordeón. Era un comentario entre risas, pero algo incómodo. Juancho, prudente y callado, no dijo palabra, mientras el Cocha fruncía el ceño.
Al irse Juancho con su pedido, el Cocha aprovechó y le hizo un fuerte reclamo a "Poncho Pitre": le exigió respeto y le reprochó sus comentarios. Poncho, sin ceder, replicó que Juancho era el papá de los acordeoneros, el fuente en el acordeón. El Cocha se fue molesto, y yo quedé testigo mudo de esa escena tan inolvidable.
Ya han pasado muchos años desde aquella noche. Tal vez ni el Cocha ni Poncho Pitre la recuerden, pero en mi mente sigue intacta, como también lo está el único apretón de manos que alguna vez le di a Juancho Rois.
Mucho tiempo después, lo vi en una presentación musical con Diomedes Díaz en Bogotá, a mediados de los noventa, en el Club de Suboficiales del barrio Andes. Esa fue la última vez que lo vi.
Hoy, solo nos queda su legado inmenso. Una obra musical que no morirá, que seguirá siendo ejemplo e inspiración para las generaciones que vienen. Porque Juancho Rois no fue solo un virtuoso del acordeón, fue, y será siempre, historia viva del vallenato.
Hoy al conmemorarse 31 años de su partida, Honro su memoria...
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