POR: CARLOS COTES MAYA
Colombia ha estructurado históricamente su defensa en tres fuerzas esenciales: el Ejército Nacional, la Armada de Colombia y la Fuerza Aeroespacial. Cada una cumple misiones estratégicas en tierra, mar y aire, protegiendo la soberanía en escenarios tradicionales. Sin embargo, en medio de la transformación global de los conflictos, un dominio crucial sigue sin ser reconocido como arma formal: el ciberespacio. Allí se libran hoy las batallas más silenciosas, pero también las más devastadoras.
Mientras el mundo observa el avance de las guerras cibernéticas, con países enfrentándose mediante herramientas digitales capaces de paralizar infraestructuras críticas; Colombia continúa dando pasos tímidos. Los ciberataques no distinguen fronteras, y las potencias han entendido que la superioridad tecnológica puede definir victorias sin necesidad de disparar un solo proyectil. La ausencia de una fuerza especializada y reconocida como arma militar deja al país rezagado frente a los desafíos internacionales.
Es cierto que Colombia cuenta con un Comando de Apoyo Operacional de Comunicaciones y Ciberdefensa, CCOCI, unidad que adelanta acciones no letales para enfrentar incidentes en el ciberespacio. No obstante, su función, aunque valiosa, no basta para la magnitud de las amenazas actuales. Hoy, el ciberespacio exige la misma jerarquía que la infantería, la artillería o la caballería. Las nuevas batallas se deciden en redes, algoritmos y plataformas, y quienes no fortalezcan esta capacidad quedarán expuestos.
El país necesita asumir que la ciberseguridad no es un componente accesorio, sino un pilar de defensa nacional. Sin un arma cibernética estructurada, con doctrina, entrenamiento y capacidades ofensivas y defensivas, Colombia seguirá reaccionando tarde frente a actores hostiles que operan con precisión quirúrgica. La protección del territorio ya no se limita a los límites geográficos; incluye servidores, sistemas de control industrial y bases de datos estratégicas.
Preocupa, además, que en muchos departamentos del país la ciberseguridad prácticamente no aparece en los planes de desarrollo. Es improbable encontrar estrategias locales que contemplen cómo responder a amenazas digitales que pueden paralizar una entidad territorial, robar información sensible o afectar servicios esenciales. La seguridad ciudadana también depende de la resiliencia tecnológica, y sin planificación territorial la brecha de vulnerabilidad se amplía.
Colombia se encuentra en riesgo de sufrir afectaciones que podrían escalar a emergencias nacionales: apagones provocados por ataques a infraestructuras eléctricas, interrupciones del suministro de gas, o alteraciones en comunicaciones y sistemas hospitalarios. Ignorar el ciberespacio como arma es desconocer el campo de batalla del siglo XXI. El país debe dar un salto doctrinal y estratégico para que su defensa esté realmente a la altura de los tiempos