En países donde grupos ilegales imponen control territorial, los fenómenos delictivos como la extorsión se vuelven cotidianos. Micro, pequeños y medianos empresarios que son el verdadero motor de las economías locales, se ven obligados a pagar “vacunas” para sobrevivir. Quienes no pueden responder a estas exigencias criminales, terminan quebrando sus negocios, dejando tras de sí locales cerrados, familias afectadas y empleos perdidos. La extorsión actúa como un veneno silencioso que, gota a gota, asfixia cualquier iniciativa de emprendimiento.
De igual manera pasa con la amenaza del secuestro. Esta práctica atroz no solo destruye la estabilidad emocional de las víctimas y sus familias, sino que también ahuyenta la inversión. Ningún empresario o inversionista nacional o extranjero apostará por un país donde la libertad y la vida misma están en riesgo. Tal cual ocurre con los bloqueos viales promovidos por estructuras criminales que utilizan a la población civil como escudo o fachada, afectando el tránsito por vías esenciales para el comercio y el turismo.
Cuando un turista percibe riesgo, simplemente no llega. Los destinos con potencial cultural, natural o histórico pierden visitantes, y con ellos ingresos, empleo y promoción. Las rutas que deberían conectar sueños y oportunidades se ven cerradas por el miedo. La consecuencia es directa: hoteles vacíos, restaurantes cerrados y comunidades sumidas en la frustración.
La percepción de seguridad es casi tan importante como la seguridad misma. Cuando las comunidades sienten que su entorno es seguro, los negocios florecen, los mercados se amplían y el empleo se fortalece. La inversión llega no solo con incentivos económicos, sino con garantías básicas: orden público, justicia, presencia estatal y control territorial.
Por eso, hablar de seguridad ciudadana y pública no es un tema exclusivo de la Fuerza Pública o de los gobiernos. Es un tema de desarrollo, de futuro. Es la piedra angular sobre la que se construyen regiones competitivas. La seguridad no es solo la ausencia de violencia; es la presencia activa del Estado, del apoyo de la comunidad, del respeto por la ley, del control legítimo del territorio. Y solo a partir de esa base, es que florecen el turismo, la inversión y el empleo.
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