El abigeato, ese delito silencioso pero devastador, sigue siendo uno de los flagelos que más golpea al desarrollo económico del sector agropecuario colombiano. Detrás del robo de ganado hay historias de campesinos arruinados, fincas vacías, empleos perdidos y meses de inversión desperdiciados. Para un ganadero, criar un animal no es solo un negocio; es un proyecto de vida. Alimentación, vacunas, asistencia veterinaria y logística son costos constantes que, con un solo golpe delictivo, se desvanecen sin retorno.
Cada res representa un capital que puede sostener a una familia entera. Por eso, cuando los cuatreros atacan, el impacto es demoledor. No solo se llevan el ganado: se llevan el sustento, la estabilidad emocional y, muchas veces, los ahorros de toda una vida. En muchas zonas rurales, las bandas organizadas ingresan en la noche, sacrifican los animales en el sitio y transportan su carne para venderla al margen de toda legalidad. En otros casos, los animales son trasladados vivos a otros departamentos, donde ingresan a mercados sin ningún tipo de trazabilidad sanitaria ni control de procedencia.
Este mercado negro también impulsa la informalidad empresarial, al permitir que expendios de carne en barrios y tiendas comercialicen estos productos a bajo precio, sin cumplir normas básicas de salubridad ni pagar impuestos, y con ello ponen en riesgo la salud pública.
Frente a esta realidad, el Estado no ha estado ausente. La Policía Nacional ha desplegado unidades como el EMCAR (Escuadrón Móvil de Carabineros) y más recientemente el EFEOR (Escuadrón Femenino de Operaciones Rurales), que han sido capacitadas especialmente para prevenir y contrarrestar este delito. Su presencia en el territorio es clave.
La lucha contra el abigeato requiere también de una ciudadanía comprometida. Las redes de cooperantes se convierten en actores estratégicos para alertar de forma oportuna y permitir una reacción inmediata. A ello se suma la necesidad urgente de dotar al campo de conectividad digital: acceso a internet con redes satelitales, cámaras de seguridad y sistemas de monitoreo son herramientas imprescindibles para vigilar los predios y proteger el patrimonio rural.
Si el campo es el corazón de Colombia, el abigeato es una herida abierta que hay que cerrar con más Estado, más tecnología y más comunidad.
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